Una de las obras más emblemáticas de la España de los últimos años es la Ciudad de las Artes y las Ciencias, en Valencia, construida en lo que es el antiguo cauce del Río Turia.
Por desgracia, su vanguardista concepción pasará a la historia como un canto al despilfarro y a esa política de artificio y charangada tan querida por nuestros representantes electos, como la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela o el Estadio de la Cartuja de Sevilla.
Los recursos que deberían haberse invertido en conseguir una economía fuerte, estable y diversificada se quemaron construyendo estas moles a mayor gloria del presidente de turno, sin una utilidad pública siquiera suficiente y para gran beneficio de constructores, promotores y grandes empresas que en aquellos años propusieron estas animaladas y hoy pretenden que el estado les pague a ellos antes que a nadie, funcionarios de sectores como el sanitario o la enseñanza incluidos.
Y lo peor es que la gente, en lugar de tener un mínimo sentido crítico dirá... "¡oye! pues que bien lo hizo Don Fulano. ¡Qué obras nos ha dejado!".
Admitámoslo, somos un país de borregos. Así nos luce el pelo. Y si no lo creéis, esperad a las siguientes elecciones. Es la mejor demostración posible.
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