Supongo que la mayoría de los españoles que me lean estarán familiarizados con el Entierro del Conde de Orgaz, una de las obras más conocidas de El Greco.
Lo que ya no sabe tanta gente (al menos yo no lo sabía) es que ese caballero llevaba un par de siglos muerto y que además no era Conde (la villa de Orgaz no fue condado hasta casi los tiempos del pintor).
La génesis del cuadro tiene su historia. Resulta que cuando Gonzalo Ruiz de Toledo pasó a mejor vida dejó en su testamento una obligación de los vecinos de la villa: “páguese cada año para el cura, ministros y pobres de la parroquia 2 carneros, 8 pares de gallinas, 2 pellejos de vino, 2 cargas de leña, y 800 maravedís”.
Por eso de que el tiempo pasa y las tradiciones se van olvidando los vecinos dejaron de pagar. Y dos siglos después a uno de los herederos se le ocurrió reclamar las cantidades dejadas de pagar. Un pico, claro.
Así que este heredero decidió inmortalizar a su antecesor encargando el cuadro, que le costó unos 1200 ducados (lo que para la época era una auténtica fortuna), aunque trataron de negociar a la baja, saliéndoles bastante rana el asunto porque la tasación lo valoró en 1700. Al final la cosa quedó en los 1200 y gracias, muchas gracias.
Lo que veis en la foto es el castillo de la localidad, en la carretera nacional que une a Toledo con Ciudad Real.
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